Cada quien tiene sus propios deseos en la vida. Pero los deseos conforme a este mundo son como la neblina que aparece por un momento y luego desaparece. Aunque nos esforcemos trabajando y tengamos riqueza, fama y prosperidad, todo será en vano al final de nuestras vidas.
El Rey Salomón, quien disfruto de gran riqueza y fama, en sus últimos días confeso: “¡Insignificante! ¡Insignificante! ¡Completamente insignificante! Todo es Insignificante. ¿Que gana el hombre con esforzarse trabajando bajo el sol?”
Un verdadero deseo es la esperanza de ir al cielo y disfrutar de todas las bendiciones eternas que hay ahí. Un verdadero deseo es aquel que permanece para siempre y nunca deja de existir.
Todo aquel que acepte a Jesucristo como su único Salvador podrá obtener este deseo.
“¿De que le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?” (Mateo 16:26)
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